martes, 13 de mayo de 2008

INCENDIOS, EXPOSICIÓN AL HUMO Y RIESGOS PARA LA SALUD.

Siempre es conveniente sacar conclusiones delante de cualquier acontecimiento
para aprovechar esa experiencia y poder prevenir futuras circunstancias similares.
Tal conducta es particularmente beneficiosa y necesaria si se consideran
los recientes incendios por quema de pastizales en el Delta, que produjeron
la densa humareda que invadió el centro de Buenos Aires y la lluvia de cenizas
que afectó a Ezeiza, Pilar y otras ciudades del interior.
Éste hecho obligó a decretar la emergencia vial, la alerta en los hospitales
metropolitanos, el cierre de los accesos a la Capital, de la estación de
microómnibus de Retiro, del Aeroparque y red de subterráneos. No fue sólo
una emergencia ambiental y un grave trastorno para la vida habitual de la
Capital Federal, sino que también constituyó un peligro evidente para la
salud de su población.
Los síntomas más frecuentes que presentan los pacientes afectados por la
exposición al humo, son los siguientes: congestión ocular (conjuntivitis)
y lagrimeo (epífora), tos, irritación de garganta, nariz o de senos nasales,
estornudos a repetición, con abundante secreción y obstrucción nasal; sensación
de opresión en el tórax, dificultad para respirar (disnea); vómitos, mareos
y vértigos; dolor de cabeza (cefaleas),
El humo empeora los síntomas de aquellas personas que padecen afecciones
respiratorias preexistentes, como alergia nasal, asma bronquial o enfermedad
pulmonar obstructiva crónica (EPOC), en cuyo caso experimentan dificultad
para respirar (disnea, broncoespasmos), fatiga, tos, dolor en el tórax y
silbidos (sibilancias) durante la respiración.
En las personas sanas el humo se limita a irritar los ojos y el sistema respiratorio,
pero en los pacientes crónicos agrava sus enfermedades, especialmente si
están afectados por dolencias cardíacas o pulmonares como insuficiencia
cardíaca congestiva, angina de pecho, enfermedad obstructiva pulmonar crónica
(EPOC), enfisema o asma bronquial.
Los componentes del humo que se produce durante la combustión de vegetales
en los incendios forestales o en la quema de pastizales, son los siguientes:
anhidrído carbónico, dióxido de carbono, monóxido de carbono, bifenilos,
furanos, dioxinas, agua, vapor, plomo, metales y minerales pesados, azufre,
nitrógeno, hidrocarbonos, metano, óxidos, celulosa, resinas y almidones,
a los que se agrega el polvo, la basura y el hollín que originan la característica
ceniza.
Además de éstas sustancias, en la combustión vegetal existen otros tres importantes
componentes tóxicos.
1. Benceno, que provoca cefaleas, náuseas, vértigos,
anemia y cáncer renal.
2. Acroleína, sustancia de olor penetrante y asfixiante
cuyo efecto contaminante es debido a los hidrocarburos; su combustión y los
síntomas por la intoxicación que aún en pequeñas cantidades provoca, son
la irritación ocular con lagrimeo (epífora, conjuntivitis) y de las vías
respiratorias, tos, secreción nasal, náuseas y vómitos. Este producto es
el resultado de la combustión del petróleo y de cigarrillos.
3. Formaldehído, que aún en pequeñas cantidades puede causar irritación ocular, nasal y faríngea.
En cantidades mayores produce cáncer rinofaríngeo.
Todas éstas partículas que se desprenden de las sustancias vegetales en combustión,
pueden mantenerse durante mucho tiempo en suspensión en el aire, son generalmente
irritativas para las vías aéreas constituyendo elementos tóxicos para la
salud humana, además de favorecer el efecto invernadero por el calentamiento
atmosférico que producen.
Cuando son inhaladas durante la respiración, éstas sustancias son depositadas
en nariz, bronquios y pulmones y su repercusión sobre la salud de las personas,
depende de la duración y de la intensidad de la exposición al humo.
Después del incendio, el suelo quemado sigue emitiendo gases largo tiempo,
ya que se quema lo que se denomina "turba", un combustible natural que puede
incendiarse en forma subterránea por alcanzar a veces profundidades significativas
y propagarse bajo tierra a grandes distancias. (diez metros de profundidad
en el caso del incendio en Moscú, durante el incendio de 2002) ya que está
potenciado por la actividad bacteriana de los suelos y que puede intensificarse
aún inclusive mucho después que se ha apagado el fuego superficial. Se necesitó
en éste caso grandes cantidades de agua para apagar la turba en llamas (alrededor
de 10 litros por centímetro cuadrado).
En ese incendio ardieron los bosque de los alrededores de la capital rusa,
durante tres días seguidos debido a la escasez de lluvias y a las altas temperaturas
registradas, obligando a declarar la alerta sanitaria en toda la ciudad con
la recomendación de cerrar las ventanas y no salir a la calle para evitar
enfermedades pulmonares e infecciones, ya que el nivel del monóxido de carbono
llegó a estar un 100% por encima del límite aceptable establecido.
Por la intoxicación se pudieron observar repetidos casos de cefaleas, jaquecas,
taquicardias y una severa disminución de la capacidad laboral, a semejanza
de lo que ocurrió en Octubre de 2003 en el Condado de San Diego, California,
USA, o en Pontevedra y La Coruña, Galicia, España, adonde 153 fuegos activos
quemaron 77.000 hectáreas forestadas en 2006.
Los niveles elevados de contaminación producen un marcado aumento de la mortalidad
por complicaciones cardiovasculares, en particular por infarto de miocardio
cuando previamente los pacientes crónicos presentan afecciones pulmonares
o cardíacas. Tradicionalmente se ha atribuido como causa del infarto cardíaco
el crecimiento lento y progresivo de placas de colesterol (ateroesclerosis)
en las arterias coronarias hasta su oclusión total.
Actualmente se le atribuye un importante papel a la inflamación y a la
ruptura de dichas placas, con formación de coágulos que obstruyen las arterias
que irrigan el corazón. Se han realizado experimentos que confirman ésta
presunción ya que en animales con una elevada exposición al humo se pudo
observar una inflamación que afecta a las placas de colesterol en las arterias
coronarias, con obstrucción arterial y como resultado un infarto de miocardio.
Cuando la concentración de humo es muy elevada, incluso las personas sanas
pueden presentar algunos de los síntomas mencionados, pero indiscutiblemente
los grupos de mayor riesgo por la posibilidad de presentar complicaciones
por la exposición al humo, son los siguientes:
1. los niños.
2. adultos mayores
(personas de edad avanzada).
3. mujeres embarazadas.
4. personas con problemas
cardiacos.
5. con enfermedades respiratorias (asma, enfisema pulmonar, EPOC-enfermedad
pulmonar obstructiva crónica, bronquitis a repetición).
La utilización de barbijos o mascarillas descartables contra el polvo es
una medida insuficiente ya que solo es útil para partículas de mayor tamaño..

Prof. Dr. Miguel A. Lacour


Nicolás Spinaci- Dto. Multimedia.
miguellacour.prensa@yahoo.com.ar
Tel: 15 5844 8142
ID: 597*4963